Anoche me acosté pensando en el fin del mundo. No en un fin del mundo hollywoodense con explosiones espectaculares y lava volcánica en 3D, sino en un fin du monde mucho más íntimo y discreto. A fin de cuentas, si me muero yo se acabará mi conciencia y no podré participar de ninguna otra cosa que suceda. Aparte de la propia muerte, me imagino un fin del mundo personal como un cambio, como una colisión. En cosas así pensaba, mientras me acababa los tabacos y las cervezas, pero me quedé dormido y no pude evitar soñar con los mayas.
Yo la verdad de catástrofes mayas no entiendo nada, salvo que existen siete profecías y en una de ellas se habla de un cometa que pasará muy cerca de la tierra, dándonos la oportunidad de comenzar una nueva era donde reinará el sol y podremos finalmente vivir en paz y armonía, o se estrellará de lleno contra nuestro planeta y nos cargará la chingada.
No son pocas las personas que esperan que este año nos va a cargar la chingada. Algunas lo aguardan con curiosidad o morbo, se compran libros gordos de trescientos pesos sobre profecías que nunga llegan a comprender del todo, y terminan usándolos para adornar la bodega. Otros tantos no soportan la ansiedad y se acercan a dios, se unen a un culto o van a que les lean las cartas. La mayoría no guarda ninguna opinión al respecto y prefiere la novela de las ocho o el futbol de los sábados.
Como me desperté con una cruda de fin de mundo, me dispuse a curármela caminando por las calles del Barrio. Hace ya varios años que recorrer el pabellón empedrado del Callejón del Arte me relaja y me pone pensativo. En Abasolo y Mina me encontré a un grupo de gente, ataviados en ropa prehispánica, con penachos, plumas y chanclas de cuero, bailando una danza de nuestros susodichos ancestros, ofrendando incienso, tocando tambores y flautas. Algunos eran blancos y parecian extranjeros, otros parecían francamente de pura cepa maya.
Mientras bailaban y repartían volantes sobre las profecías y el cambio que se avecina, me puse a pensar que nosotros mismos somos planetas siguiendo órbitas azarosas por un infinito universo. En ocasiones, dos planetas cualesquiera se acercan tanto que irremediablemente uno cae en la órbita del otro. Se influencían mutua e intensamente durante un corto periodo y luego cada uno continúa su recorrido espacial, alterado para siempre en formas que nadie es capaz de imaginarse. A veces, alguno puede llegar a acercarse demasiado y ocasionar una colisión que acarrea consigo el fin de un mundo anónimo y efímero. El universo, vasto e inagotable, sigue su marcha sin enterarse. En estas reflexiones estaba cuando me di cuenta que los mayas habían terminado su numerito hacía un rato, y en mi distracción les había dado la última moneda para el camión de regreso a casa. En el largo camino, prometí no volver a pensar en profecías ni fines del mundo.